Sieteaguas 01 - La hija del bosque by Juliet Marillier

Sieteaguas 01 - La hija del bosque by Juliet Marillier

autor:Juliet Marillier
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Fantasía Epica
editor: Edhasa
publicado: 2000-11-10T10:43:53+00:00


También observé que nunca estaban muy lejos, fuera la hora que fuera. No podía obligarme a hilar y tejer constantemente, aunque quisiera, porque mis manos, en parte curadas por haber descuidado mi trabajo, volvían a estar hinchadas y en carne viva. Así que todas las tardes debía descansar antes de reanudar mi lenta tarea a la luz de una vela después de la cena. Empecé a arreglar el jardín, pero no adelanté mucho porque tenía que esperar a que se me endurecieran las manos antes de poder empuñar un cuchillo o una azada. Sin embargo algo hice: la tierra era oscura y fértil y las malas hierbas no costaban tanto de arrancar. Cuando ya no podía más, salía con la recia Alys siguiéndome al trote y exploraba hasta donde podía tratando de molestar lo menos posible. Era increíble que siempre hubiera alguno de los tres pululando por ahí: Ben ejercitando un potro en el campo por el que casualmente yo había elegido dar un paseo; John almacenando la cosecha de invierno en el granero justo cuando yo iba hacia allí, y el mismo lord Hugh sentado en un viejo banco del manzanar una mañana, con un bote de tinta a su lado, una tablilla de madera de roble en la rodilla y un trozo de pergamino. Sostenía una pluma en la mano y estaba muy concentrado en su trabajo. Alys le gruñó.

—Nunca me tuvo mucho aprecio —comentó, aparentemente sorprendido de verme—. Sales muy pronto. No quiero que vayas sola muy lejos.

De repente me sentí incómoda. Estaba muy seguro de tener razón, acostumbrado como estaba a que todo el mundo hiciera lo que él quería. Pensé que no era bueno para él que siempre se hicieran las cosas a su manera. ¿Por qué no debía ir sola lejos? ¿Tenía miedo de que desapareciera para siempre y de que me llevara conmigo lo que sabía?

Percibió algo de todos estos pensamientos en mi rostro y dejó cuidadosamente su trabajo a un lado. De más cerca, pude observar que había dos trozos planos de madera sujetos por tiras de cuero, y en medio guardaba pequeños trozos de pergamino marcados con pequeñas cuentas: grupos de cuatro líneas tachadas por una quinta, repetidas hasta que contaban cincuenta, o dos veces cincuenta. De vez en cuando aparecía alguna pequeña figura esquemática: un carnero, un haz de cebada, una serie de líneas rectas y curvas que indicaban tal vez la posición del sol, un pequeño árbol...

—Existen peligros. Me gustaría que te quedaras cerca de la casa. No podemos garantizar tu seguridad si te aventuras lejos.

Quería decirle: Tú me sacaste del bosque. Déjame al menos que camine bajo tus árboles, que sienta la corriente del río en mis pies, que me tumbe en los campos y vea pasar las nubes. Déjame estar sola en algún lugar. Dentro de tu casa no puedo notar ni el aire ni el fuego. No puedo oler la tierra ni oír el agua. No me escaparé, no lo haré, porque sin tu protección no podré finalizar mi tarea.



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